El higo era parte de la dieta básico de la Grecia Clásica. Este fruto que se come en dos o tres bocados viene de un árbol longevo (de hasta cien años de edad) llamado higuera con hojas ásperas y tallos lechosos. El higo se da en climas templados y con poca lluvia, siendo su temporada a finales de verano y principios de otoño.
En cuanto a los beneficios de la salud Julia Álvarez, coordinadora del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) explicó que los higos contienen entre un 70 y 80 por ciento de agua además de un 12 a 19 por ciento de hidratos de carbono en donde se detectó sacarosa, fructosa y glucosa.
Este fruto “es rico en vitaminas C, minerales, betacarotenos, potasio, magnesio, calcio y fósforo, además de ciertos efectos antioxidantes. También son ricos en fibra”, subrayó Álvarez. Este alimento, puede encontrarse fresco y seco. Con lo cual, sus características nutricionales se cambian considerablemente. “El el fruto fresco está compuesto por un 80 de agua y un 12 por ciento de azúcar, mientras que seco esta proporción disminuye por lo menos un 20 en agua y aumenta en un 48 por ciento en lo dulce”.
Aquellos cambios en el contenido de agua y azúcares se incrementan cuando están secos porque aumentan más de tres veces su contenido calórico si lo comparamos con los frescos. Por ejemplo, 100 gramos de higo seco contienen 272 kilocalorías. Es por ello que ella advierte que los pacientes con hiperpotasemia, insuficiencia renal, diabetes y obesidad deben limitar su ingesta. En estos últimos casos debido a su elevada carga calórica.
“En el higo seco se potencia el efecto del potasio, 850 mg por cada 100 gramos además de elevar el contenido en fibra. Asimismo, la especialista destaca que los higos secos aportan magnesio, calcio, fósforo, yodo, zinc y sodio, además de vitaminas A, C, D, E y del grupo B en cantidades variables.