“Libérese de los triturados”. Es el consejo que emitió en
1999 el pediatra Carlos González en su libro Mi niño no me come, en el que
mencionó el concepto Baby-led weaning (destete dirigido por el bebé, en
inglés). Pocos nutricionistas fuimos conscientes entonces del impacto que dicho
anglicismo acabaría teniendo en la alimentación infantil. Hoy por hoy, el
término inunda internet, aparece en decenas de libros y da nombre a redes
sociales. Pero, sobre todo, genera acalorados debates entre científicos y
profesionales sanitarios responsables de la nutrición pediátrica. Una de las
revisiones más recientes sobre esta cuestión, la de la doctora Amy Brown y sus
colaboradores, indica que “en los últimos 10-15 años, un enfoque alternativo
denominado Baby-led weaning ha crecido en popularidad” (estudio).
¿Qué es 'Baby-led weaning'?
El concepto hace referencia al proceso de alimentación de
bebés sin la presencia prioritaria de papillas o triturados. Una traducción
literal sería algo así como “bebé al que se permite comer por sí mismo en el
período de alimentación complementaria”. Quizá porque dicha traducción no da
para grandes titulares, se ha traducido al español de diferentes maneras, tales
como “alimentación complementaria autorregulada”, “alimentación complementaria
autodirigida”, “alimentación complementaria dirigida por el bebé”,
“alimentación complementaria a demanda” o incluso “método ACS, Aprendo a Comer
Solo”. En el libro Se me hace bola incluí una definición algo atrevida pero
bastante clarificadora: “Es la antítesis de alimentar a nuestro hijo con una
cuchara y haciendo el avión”.
Alimentación complementaria
Esto nos lleva a definir un concepto más: alimentación
complementaria. Se trata del periodo en el que los bebés empiezan a probar
alimentos diferentes a la leche materna (o, en su defecto, leche artificial
para bebés). El periodo comienza aproximadamente a los seis meses de edad
(algunos un poco antes, algunos bastante después), que es cuando empiezan a
mostrar interés por la comida, a tener habilidad para llevársela a la boca con
sus propias manos y a tragársela sin problema. No consiste en destetar al niño,
sino en ofrecerle, mejor después de las tomas de leche materna o artificial,
alimentos saludables.
El objetivo fundamental de esta etapa no es tanto
nutricional sino educacional: que el niño aprenda a disfrutar de las texturas,
sabores y aromas
Muchas personas creen, equivocadamente, que tales alimentos
deben desplazar el consumo de leche. Es un error, sobre todo, porque la leche
materna no solo nutre al bebé mucho más que cualquier otro alimento, sino que
además le protege de numerosas enfermedades, tales como patologías
gastrointestinales o respiratorias, incluso pasado el año de edad. Pero también
es un error porque el objetivo fundamental de esta etapa no es tanto
nutricional sino educacional: que el niño aprenda a disfrutar de las texturas,
sabores y aromas de los alimentos saludables que forman parte de la dieta
habitual de sus padres. De hecho, el propio concepto “alimentación
complementaria” ya nos da una pista importante de su significado, porque si el
objetivo fuera sustituir el consumo de leche, se denominaría “alimentación
sustitutoria”. Se profundiza en esta cuestión en el texto La alimentación
complementaria en bebés y la diferencia entre ropa y complementos.
Postura de las entidades de referencia
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus
siglas en inglés) señala que los alimentos complementarios pueden ser alimentos
triturados (“alimentos a consumir con cuchara”) o bebidas. De tales bebidas, la
prioritaria es el agua, siempre en función de la sed del bebé. Tanto las
infusiones como los zumos, aunque sean caseros, son desaconsejables. Pero, y
este dato es importante, la EFSA también reconoce que podemos alimentar a
nuestros bebés con alimentos que puedan coger con sus propios dedos. Opinan
algo similar la Academia Americana de Pediatría (apartado
“foster-Self-feeding”), la Agència de Salut Pública de Catalunya y la
Asociación Española de Pediatría, que manifiesta que “los bebés son capaces de
alimentarse por sí mismos, probando alimentos adecuados y nutritivos que tengan
a su alcance”.
¿Qué dice la ciencia?
Si revisamos los artículos científicos que hayan evaluado
esta cuestión no tardaremos en encontrarnos con la revisión de la doctora Amy
Brown, Sara Wyn Jones y Hannah Rowan, citada más arriba. Tras evaluar todas las
pruebas empíricas disponibles que hubieran examinado este método de
alimentación, las investigadoras no solo no encuentran motivos para
desaconsejarlo sino que concluyen que puede fomentar el desarrollo de un
comportamiento alimentario positivo y prevenir el exceso de peso. En todo caso,
reconocen que es necesario disponer de más investigaciones a gran escala “para
entender esta observación”.
Poco después ha llegado una nueva investigación sobre el
tema a las revistas científicas. No es “a gran escala”, como pedían la doctora
Brown y su equipo, pero sí se trata de un trabajo científico bien diseñado. Lo
han publicado en septiembre de 2017 la doctora Rachael Taylor y sus
colaboradores en la revista JAMA Pediatrics. ¿Su conclusión? Que los bebés
alimentados mediante el método baby-led weaning no presentaron diferencias, con
respecto al resto de bebés, en marcadores como el riesgo de anemia, la tasa de
crecimiento o el peso corporal (ni por defecto ni por exceso). Tampoco presentaron
más riesgo de ahogamiento. De ahí que un análisis del estudio, publicado en la
misma revista por Lakshman y colaboradores, añada que estamos ante un método
“seguro y efectivo”.
Aunque no podemos afirmar que prevenga de forma efectiva la
obesidad, sí sabemos que no parece arriesgado y que promueve el normal
crecimiento del bebé quien, además, disfruta más del momento de la comida y
presenta menos aversiones dietéticas. Y es que si queremos que nuestros hijos
disfruten comiendo comida y no papillas, parece más lógico que le ofrezcamos
los alimentos en su formato original, que es el que más le interesa, y no en
trituradas versiones que quizá retrasen su proceso de aprendizaje.
¿Riesgo de ahogo?
Es momento de hablar de una de las principales
preocupaciones de los padres: el riesgo de que el bebé se ahogue. Tanto en un
estudio publicado este mismo año (estudio) como en una investigación aparecida
el año pasado (estudio) no se constató un mayor riesgo de ahogo en bebés
alimentados mediante el enfoque baby-led weaning.
Promueve el normal crecimiento del bebé quien, además,
disfruta más del momento de la comida y presenta menos aversiones dietéticas
En cualquier caso, todos los padres, alimenten como
alimenten a su hijo, deben ser conscientes de que puede asfixiarse con un
cuerpo extraño. De hecho, puede hacerlo tanto con alimentos como con muchos
otros objetos, tales como juguetes, pelotas pequeñas, canicas, monedas,
piedras, botones, tornillos, fichas, globos, guantes de látex o bolsas. Una
norma de oro es vigilar siempre al niño (los accidentes evitables son la
primera causa de mortalidad en sus primeros años de vida), lo que incluye el
momento de la comida.
Otros consejos a recordar son asegurarnos de que el bebé
siempre esté sentado erguido cuando está comiendo (nunca inclinándose hacia
atrás), permitir que coma a su propio ritmo y bajo su propio control, y evitar
que consuma, en los primeros meses, alimentos que formen migas en la boca (como
polvorones), frutos secos enteros, uvas enteras, palomitas de maíz, salchichas
enteras, caramelos, frutas con semillas (a menos que las hayamos retirado) o
cualquier alimento duro (como zanahorias o manzanas) sobre todo si está cortado
en forma de monedas (existe más información en este artículo). Es necesario
saber reconocer cuándo un bebé se está ahogando y saber cómo reaccionar, algo
que se amplía en la Serie de primeros auxilios en caso de ahogamiento en bebés
menores de un año que ofrece el portal MedlinePlus.